lunes, 7 de diciembre de 2009

Plumas de fuego 7.2





Ewan me acercó a casa, pero me di cuenta de que lo que quería en ese momento era ir a ver a Iker. Cogí el objeto que emergió de su mano y la carta que escribió en el hospital cuando se encontraba en aquel extraño estado. Cogí el coche, que aparqué cerca del portal de la casa de sus padres, en Gavá, y llamé al timbre. No contestó nadie. Me senté en una banco cercano a esperar, podía haber esperado en el coche, desde allí avistaba el portal, no tendría frío y estaría más segura, pero había un inconveniente, y era que si esperaba allí me dormiría, y necesitaba hablar con él. Ese frío nocturno, a pesar de estar en pleno verano, me mantendría despierta.
Encontrar el amor, todo el mundo sueña con hacerlo, sentir el sentimiento por excelencia que te golpea, te encierra y te tortura, pero que a su vez te lleva en volandas a un cielo inmenso y desconocido donde volar en esa felicidad crea nuevas realidades paralelas. Tarde o temprano llegará…
¿Serás capaz de subirte a ese tren que pocas veces llega a tu estación? ¿O te asustarás y bloquearás las puertas de tu corazón? Y una vez lo tengas… ¿Serás capaz de mantenerlo y avivarlo para siempre? ¿O te acomodarás para lenta y dolorosamente matarlo? ¿Conseguirás soportar sin caer en la locura la inmensidad del amor? ¿O tendrás vértigo en ese cielo y cortarás tus alas? ¿Aceptarás la decisión? ¿O te arrepentirás de esta?
Las palabras venían a mi cabeza mientras imaginaba primero el futuro que pude haber tenido con Iker, lo reconozco seguía enamorada de él, y después pensaba en como le iba a explicar mi marcha durante todo este tiempo. Antes las razones me parecían de peso debido a la poca claridad psicológica que en aquellos momentos evidenciaba, pero ahora ¿Cómo se lo explicaría? Y lo más importante ¿Cómo reaccionaría?
Un grupo de jóvenes bastante ebrios interrumpieron mis sentimientos, y aunque al pasar por mi lado soltaron algunas obscenidades e insultos no les di importancia por su estado. Más allá de aquello, no hubo ningún sobresalto en toda la noche.
Con la llegada de la luz del día me levanté del banco rompiendo la posición con la que había permanecido toda la noche, y aunque sabía que Iker no había pasado por allí, para asegurarme volví a llamar a su casa. Como esperaba nadie respondió y volví a sentarme en el banco. Ahora lo que la noche ocultaba, la luz del día lo mostraba en todas sus plenitudes y detalles. Las miradas de las vecinas, asomadas en las ventanas y balcones aumentaban. Algunas miraban con lástima, igual que con las que se mira a quién le han roto el corazón o no tiene un lugar donde ir, otras en cambio, eran severas, altivas y condenatorias y me hacían sentir como a una drogadicta o una prostituta. No me levanté del lugar, ni siquiera para comprar algo para llevarme a la boca, como tampoco levanté la mirada cuando una mujer me trajo un plato de comida caliente que rechacé. No tenía apetito.
Las horas pasaban lentamente, y en el cielo había trazos de naranjas, rojos, rosados y violáceos, hasta que el negro de la oscuridad, una vez más, acabó tragándose aquella paleta de colores. Esa noche parecía que iba a ser igual de tranquila que la anterior, pero la monotonía se desquebrajó cuando dos hombres de avanzada edad aparecieron con una cogorza que les dificultaba mantenerse en pie. Acto seguido, al verme, se acercaron y comenzaron a insinuarse, y aunque los ignoré, continuaron con aquel grotesco espectáculo, incluso terminaron bajándose los pantalones mostrándome en plenas facultades sus miembros viriles. Continué con la mirada gacha mostrando indiferencia ante lo que acontecía a una distancia prudencial de mí. Todo cambió en el momento en el que tuvieron la osadía de levantar ligeramente mi vestido. Una fuerza oscura e insólita, proveniente del ese lado del alma donde se deposita toda la inmundicia humana, se alimentaba de alguna fuente de odio que todavía no había sido absorbida. Mi ira también aumentaba insaciablemente tal y como me enseñó Gonzalo todas aquellas tardes noches en las que me situó delante del sacó de boxeo. En un momento estaba sosteniéndome de no entrar en erupción, y al siguiente estaba con una mano agarrándole y retorciéndole los genitales a uno, y con la otra lanzándole un puñetazo en la nariz del otro, provocándole una salida masiva de sangre. Los gritos ahogados de dolor lograban sacudir al aire. Las luces de algunas ventanas se encendieron. Aquel hombre colocó sus manos en la nariz y salió corriendo haciendo eses y trastabillándose en un par de ocasiones antes de desaparecer de mi vista. Me volví y miré al sujeto propietario de los testículos que estaba retorciendo en mis manos. Estaba medio arrodillado, y el color de su cara había permutado a uno cercano al morado. Me pidió perdón, incluso suplicó que lo dejara estar. Conseguí controlarme y lo solté, pero no lo suficiente para evitar propinarle una patada en su trasero cuando salía corriendo e intentaba subirse los pantalones que llevaba caídos hasta los tobillos.
Me volví a sentar en el banco, me costaba respirar. Las ventanas de los edificios, poco a poco, volvían a quedarse a oscuras. Cuando menos me di cuenta ya estaba sumergida de nuevo en mis pensamientos, en aquellos que exploraban lo más profundo de mí interior, aunque sabía que había una amplia zona donde desterraba lo oscuro que o no podía o no me atrevía a visitar.
Comencé a sentir unos pasos amplificados por el absoluto silencio que mostraban aquellas calles al borde del alba. Pensé que podían ser aquellos dos individuos que me habían molestado antes, incluso pensé que podían haber llamado a otras personas. Aquellos pasos volvieron la esquina, se dirigían a mí, así que levanté tímidamente la cabeza. Era él. Le sorprendió verme allí. Rápidamente me levanté del banco y fui en busca del contacto de su cuerpo con un abrazo que por fin si ocurrió. No me atreví a preguntarle donde había estado.
Me invitó a su casa, estaba preocupado por mí y por mi aspecto ojeroso, delgado y áspero. Me cambié de ropa poniéndome una camiseta y unos pantalones de Iker. De ellos se desprendía un olor que hacía mucho tiempo que no percibía, era su olor característico, aún así volvieron a embaucarme, a estremecerme, y a hacerme desear percibirlo cada mañana durante el resto de mi vida.
Me dió de comer mientras me observaba detenidamente sentado encima de la encimera, con un botellín de cerveza en una mano y un cigarro en la otra, e iba lanzado algunas de sus habituales bromas. Sentí como si esa noche fuera la que debió venir después del beso. Éramos los mismos protagonistas, aunque el tiempo y el espacio que ocupábamos, las inquietudes, las palabras, el estancamiento de lo que ahora sentimos o lo que llegamos a sentir en ese momento y esta incomoda situación no deberían estar.
Subimos a la habitación y nos sentamos en su cama el uno frente al otro. La conversación presumía ser larga.
-¿Qué pasó?- preguntó con bastante interés.
Esperé varios segundos, inmóvil, observándole sin decir nada. Me levanté de la cama, cogí mi diminuto bolso y lo abrí. De este saqué un sobre blanco y lo tiré encima de la cama.
-Ábrelo.
-¿Qué es esto, Esther-preguntó- no entiendo que tiene que ver esto con mi pregunta.
La conversación se estaba poniendo interesante, pero ambos estábamos agotados y nos dormimos.
CONTINUARÁ...

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Plumas de fuego 7.1

-Capítulo 7.- Cada noche es una historia diferente (4ª parte)

Lo primero que hice fue regresar a casa. Encima de la mesa del recibidor encontré las llaves de mi coche y una carta de mis padres. En ella me informaban que ya no vendrían a Barcelona, pues su vida estaba en Guissona, y que habían cambiado la escritura y la casa estaba a mi nombre. Sonreí eufórica, era la guinda del pastel en el que la base era la reorganización de mi vida. Deshice mi maleta y coloqué su contenido en su sitio. Cuando terminé llamé a Ewan. Era igual de culpable que él por la incomunicación que manteníamos desde el día que vino a buscarme a los calabozos. Le pregunté como estaba, y me alegré cuando me comunicó que ya se encontraba en perfecto estado y ya había salido del hospital. Quedamos en salir esa misma tarde.
Todavía era temprano, así que aproveché para ir al supermercado ya que la nevera se encontraba en un estado anoréxico. Cuando volví, al subir las escaleras, me encontré a Daniel tirado en el suelo del rellano, drogado, con una goma en el brazo y una jeringuilla sobre la alfombra. Lo miré de soslayo y le pegué una suave patada para apartarlo, aunque por la absoluta decepción que sentía hacia él, se la hubiese dado más fuerte. Me introduje en mi casa, cerrando la puerta con llave, y echando el cerrojo. Comencé a limpiar y a recoger la casa. Poco después llamaron al timbre, me acerqué a la puerta y observé por la mirilla, Era Daniel. Y aunque su estado continuaba siendo igual de deplorable, al menos mostraba algo más de lucidez.
-¿Qué quieres?- me limité a decir
-¡Ayúdame Esther!- exclamó mientras aporreaba la puerta
-Ya lo hice Daniel, ¿Recuerdas?
-De verdad Esther, ahora necesito más que nunca tú ayuda
-Eso ya me ha quedado claro- musité corroborándole el mal aspecto que tenía- el problema es que te ayudé mientras estuviste en el hospital, lo hice con lo de tu padre, y a deshacerte de las drogas. Te acompañe a una casa a buscar tu pasado, y resultó que en ese lugar se encontraban tus tíos y tus primas salvajemente asesinados- dejó de golpear la puerta- Casi me meten en la cárcel, y ahora te encuentro drogado. Me has decepcionado mucho Daniel, no me lo esperaba de ti.
-Esther, de verdad, solo escúchame-rogó- te lo explicaré todo
-Márchate-insistí-yo no puedo hacer nada, ya no tengo fuerzas, ni ganas…
-Lo siento por todo lo que te he podido causar- y se marchó.
Al llegar la tarde, Ewan vino a buscarme, y salimos a tomar algo. Comentamos como transcurrían nuestras vidas. Ewan tenía un aspecto lozano y se mostraba muy animado. Me lo pasé genial, así que acepté volver a quedar dos días después con él, en esa ocasión iríamos a cenar con una pareja amigar de Ewan. Llegó la noche de la cena. Me puse un vestido estilo años veinte, y lo acompañé de un pequeño bolso. Ewan apareció con un cambio espectacular de look. La cena era en un precioso restaurante de Barcelona.
-Iros a un hotel- dijo Ewan mientras yo, contemplaba los tonos calidos del restaurante.
-Hola Ewan.-Me detuve en seco, lo familiar de aquella voz me empujaba a la perplejidad. Me giré con lentitud, precavida, como si ello fuera a evitar la sorpresa de ver a Iker. Mi corazón empezó a latir, y gritaba a grito limpio que no, que no me siguiera mintiendo, que no lo había superado, que no estaba preparada todavía para volver a verlo, que no lo había olvidado, pero allí estaba frente a mí, aflorando sentimientos que tenía escondidos, que los había ocultado como si mi vida dependiera de ello, un último vestigio de lo que fue mi vida, ese silencio de la aquella voz que nunca debió estar callada. Entonces ocurrió el peor error posible, me habló, y con ello me llevó a la locura de algo que debía haber desaparecido con el tiempo.
-Hola Esther- me dijo mientras nuestras miradas encajaban una vez más a la perfección, como ya hicieron antaño, y sonreía.
Lo primero en lo que me fijé fue en su acompañante, y me petrifiqué al descubrir que era la viva imagen de Sedara, la chica con la que soñé y me amenazó con que me apartara de él, suponía que de Iker. Debía estar enloqueciendo.
-Hola golfo
Me giré y todo se paró a nuestro alrededor. Cogió mi mano mientras todo seguía en la absoluta inmovilidad, y viajamos nuevamente a la playa, a nuestra playa… Todo surgió muy rápido, pero conseguí nuevamente revivir cada detalle del beso, de aquel beso que cambió mi vida.
Escuchaba ambos corazones latir a un ritmo vertiginoso… Veía como a ambos nos temblaban las piernas… Y como toda la magia, la pasión y romanticismo se habían citado a nuestro alrededor, provocando que algo cambiara, que el mundo se desquebrajara imperceptiblemente en el lado contrario por la fuerza que congregábamos en el lugar. Algo así como un efecto mariposa.
Y todo volvió a su lugar, a su tiempo y a su espacio, y de nuevo el mundo dejó de centrarse solamente en nosotros dos.
-Iker, Esther ¿Os conocéis?-articuló como pudo Ewan
-Si-respondí - es una gran persona en mi vida-
Cuando lentamente se evaporaba el estado de perplejidad, y la normalidad se fue instaurando en mí, comencé a bóxer en pocos segundos todo lo que me rodeaba y antes no había sido capaz de percibir. No entendía como Ewan e Iker eran amigos, ni porqué Ewan había preguntado si nos conocíamos, ya que cuando él y yo habíamos comenzado a hablar había sido estando yo en el hospital con Iker. Pero lo que más me rondaba, lo que cada vez estaba más segura, era que la acompañante de Iker era idéntica a Sedara. Estuve apunto de levantarme y acercarme a ella, y susurrarle “Si te refieres a Iker, lo siento, por mucho que lo intento no puedo hacerlo”.
¿Como era posible que soñara con una persona que no había visto en mi vida, y poco después verla al lado de una persona conocida?
¿Alguna vez te has fijado en todas las personas desconocidas que aparecen en tus fotos?
¿Te has fijado alguna vez en cuantas fotos sale la misma persona?
Y lo más importante…
¿Alguna vez has pensado cuantas son las personas que tienen una foto en la que tú sales?
Y me di cuenta, Iker y yo estábamos conectados de algún modo, ya que de alguna extraña manera todas las personas que habían girado en mi vida en los últimos meses, casualmente eran miembros activos de la de él, y viceversa.
-Si bueno- comentó Iker- también en la mía, pese a todo- noté que mis ojos se empañaban de anhelos, tal vez todo hubiese sido diferente si nada de lo ocurrido me hubiese afectado en mi vida de esa manera, si no hubiese tenido miedo, si no hubiese echado a correr. Finalmente me costó mucho controlar que mis ojos no desprendieran ninguna muestra de lo que sentía pero comencé a sentirme nerviosa. Noté que mis manos iban por cuenta ajena, mis labios se entumecieron deseosos de contacto, y mi pecho se agitaba con mucha fuera. Notaba como se movía el vestido.
Iker se levantó, le dio un apretón de manos a Ewan, se giró y vino sutilmente hacia mí. Me dio dos besos y fugazmente se acercó al oído y me susurró:
-Esther, aunque lo he deseado muchos meses, este no es el lugar apropiado para hablar, ¿verdad? Asentí, y repetí el mismo saludo con Sandra.
La verdad fue muchísimo mejor de lo que “a priori” había creído, a pesar de que en ningún momento Iker y yo traspasamos la raya de los monosílabos en toda la conversación, ni de miradas que no se sostenían ni dos segundos antes de volver a caer hacia abajo, cohibidas, a pesar de todo el tiempo y de tantas y tantas cosas que habíamos vivido juntos.
Nos despedimos de Iker y Sandra, y Ewan y yo nos fuimos al coche, rápidamente le pregunté algo enfurecida
-Ewan, ¿de que conoces a Iker?
-De la playa- me respondió
-No, Ewan- me miró sorprendido- lo conoces del hospital
Me explicó que en el hospital apenas había visto a Iker, y que desde que lo conoció no había caído que era él.
-Gracias-pronuncié
-¿Porqué?- preguntó, pero rápidamente el mismo descubrió la respuesta, y descubrió que ya me había dado cuenta de todo. Sonrió- De nada-dijo finalmente
-Pero podías habérmelo dicho
-No hubieses venido- tenía razón

Continuará...

martes, 1 de diciembre de 2009

Plumas de fuego 6.6





-Sube-aullé, emitiendo un sonido tan estridente que las lunas clausuradas en su totalidad no pudieron evitar que se le introdujera en los oídos y se le erizara el vello de su piel. Impulsivamente, por un acto reflejo, se giró esquivando un puñetazo que iba directamente a la boca de su estómago. Contraatacó lanzando su puño desde atrás, y él no falló, dándole de lleno en el rostro y desplazándole por el suelo. Corrió hasta el coche cuando a su vez uno de aquellos jóvenes comenzó a golpear los cristales que había situadas a mi lado. El chico rubio se acercó. Milésimas antes de que intentará abrir la puerta pulse el botón para quitar el seguro. Abrió la puerta, se subió y de un portazo la cerró. Nos miramos y él gritó:
-Acelera.
Abrí la puerta justo cuando el individuo que golpeaba los cristales venía otra vez a una nueva acometida, causándole un fuerte impacto. Aceleré. Mientras cerraba de nuevo la puerta, el sujetó firmemente el volante. Varias piedras impactaron contra el chasis del automóvil aboyándolo, incluso una desquebrajó el cristal trasero. Algunos miembros de la pandilla corrían detrás del vehículo.
Conseguimos dejarlos atrás, y nos dirigimos a la comisaría de Cervera a presentar una denuncia. Al terminar de tomarnos declaraciones y de interponer la denuncia, salimos del edificio.
-¿Y ahora confías en mí?- preguntó con una sonrisa en su rostro magullado
-No es que antes desconfiara, simplemente estaba asustada
-Si confías en mí, ¿Serías capaz de acompañarme?
-¿A dónde?
-Si te lo dijese- explicó- ya no haría falta que lo hicieras, y menos vendrías conmigo-le miré fijamente y asentí, poco después me arrepentí de mi decisión. Siempre temblaba ante lo desconocido, pero a su vez, lo peligroso me atraía enormemente. Debía ser algún mecanismo bipolar en mi mente
Fuimos nuevamente a Guissona, lo dejé en su casa y metí el coche en el garaje de mis padres. Subí lo más rápido que pude las escaleras hasta el piso. Fui al dormitorio, cogí una maleta de debajo de mi cama y la puse encima. Comencé a llenarla de ropa y objetos personales o importantes, cuando la terminé me senté a fumarme un cigarrillo en una silla de la terraza, esperando al chico, cuyo nombre aún desconocía, apareciese a buscarme a la puerta. Mientras esperaba, varios coche patrulla pasaron por delante de casa, y supuse que estarían buscando a aquellos desalmados.
Un todoterreno negro se paró enfrente de mi casa, tocó el claxon y se asomó por la ventanilla. Era él. Cogí la maleta, y dejé encima de la mesa del comedor una nota que previamente había escrito a mis padres. Cerré la puerta con delicadeza para no despertarlos y bajé. Al verme, el chico salió del coche, miró en todas las direcciones y metió mi maleta en el maletero. Nos metimos en el coche, y comenzó a conducir
-Es una locura que te acompañe- le reprimí al mismo tiempo que me lo hacía a mi misma-y confíe en ti cuando ni siquiera sé tu nombre.
-¿Cómo eres capaz de subirte en el coche de alguien del que no sabes ni su nombre?- ironizó. Le pegué un puñetazo en el hombro, justo donde debía tener una magulladura de la pelea anterior por el gesto de dolor que intentó ocultar pero no consiguió.
-Lo siento- me estremecí- déjame que te vea la herida
-¿De verdad piensas que me has hecho daño?-sonrió- En serio, no te preocupes que estoy de bien.
-Déjame que te vea- volví a decir- ¿O te da vergüenza que una mujer te vea tan vulnerable con todas esas heridas que debes tener?-Guardó silencio.
Esperó a llegar a una parada de autobuses para detenerse, y allí se quitó la camiseta mostrándome un torso, que no era tan delgado como a simple vista parecía, repleto de magulladuras y pequeñas heridas. Se volvió a poner la camiseta cuando le dije que no parecían nada graves, y volvió a retomar el rumbo.
El lugar adonde nos dirigíamos no era cercano por el tiempo que estaba transcurriendo. Estaba agotada, así que aproveché para echar una cabezadita.
-Gonzalo, me llamo Gonzalo-pronunció antes de que consiguiera dormirme
-Encantado, yo soy Esther- me sorprendí teniendo fuerzas para hablar-Por cierto, ¿Cómo sabías como me llamaba?-recordando que anteriormente me había llamado por mi nombre.
-Si hubieses estado más avispada te habrías dado cuenta que estaba a escasos metros de ti cuando distes tus datos en la biblioteca para hacerte el carné, y como de casualidad, mientras leía allí un libro, descubrí que ibas al parque, desde entonces te he visto por allí muchos días.
-¿Me has estado siguiendo?-bromeé
-Claro-noté aún con los ojos cerrados como sonreía- no tenía nada mejor que hacer
-Lo siento- me excusé- no estoy nada bien como para fijarme en los demás
-Lo sé, no te preocupes. Verte aunque tú no te dieses cuenta me calmaba.
Sonreí, cerré los ojos, y me quedé dormida sin darme cuenta de nada más.
-Esther, ya hemos llegado- desperté, todavía seguía siendo de noche
-¿Dónde estamos?
-En Sitges
Me cogió en brazos como a una niña pequeña y me metió dentro de una casa, en la cama de matrimonio de una habitación. Seguía tan cansada que mi cuerpo actuaba como si estuviera drogado. Mientras escuchaba el estruendo que provocaba el descargar todo lo que había en el maletero del coche, me volví a dormir.
Los rayos del sol golpeaban mi cara. Desperté, pero continué varios minutos con los ojos cerrados, recordando y analizando lo que había pasado la noche anterior. Sabía que estaba en Sitges, pero no donde me encontraba. Deslicé el pie por la cama para comprobar si Gonzalo había dormido conmigo, no había ocurrido. Aquella parte continuaba hecha, y las sabanas continuaban con el mismo frescor con el que había encontrado el lado donde había dormido. Entreabrí tímidamente los ojos, y descubrí que los rayos del sol golpeaban en mi cara porque traspasaban una enorme cristalera desde la cual se divisaba el mar. Entonces escuché la comunicación de las olas con la arena, aunque evidentemente no la entendía. Era una vista preciosa.
Me vi vestida con la misma ropa que llevaba la noche anterior. Lo único que no llevaba eran los zapatos, colocados al lado de una alfombra a los pies de la cama. Me los puse y abrí temerosa la puerta del dormitorio. Estaba todo en perfecto orden, con una limpieza exquisita. Lo único que desentonaba en esa pulcredad era un sofá negro de cuatro plazas en el que había una almohada y unas sabanas. Presupuse que Gonzalo había pasado allí la noche. Pobre, pensé, con las heridas que tiene debería haber descansado mejor. Comencé a caminar por el salón observando las múltiples fotografías enmarcadas. Las entendía como si las hubiese hecho yo. Algunas reflejaban la desnudez, y con ella la sencillez de la humanidad y la transparencia del alma, en otras todo lo contrario, y mostraban la superficialidad de las personas. El salón desembocaba en un largo pasillo con varias puertas. Comencé a abrirlas para descubrir que era lo que ocultaban. La primera que abrí fue el baño, la segunda la cocina, allí se encontraba Gonzalo.
-Buenos días preciosa.- exclamó con una sonrisa- ¿Cómo has pasado la noche?
-Perfectamente, muchas gracias.
-Bueno- se giró para vigilar lo que tenía en el fuego- ¿Quieres desayunar o prefieres ducharte primero?
-Ducharme, está ropa lleva demasiado peso de todo lo que ocurrió ayer. Creo que la voy a tirar.
-Las toallas están en el segundo cajón del armario del baño-se giró y me sonrió antes de volverse- por cierto, espabílate si no quieres que se te enfríe el desayuno- añadió para finalizar
Me metí en la ducha, y aunque el sonido del agua al caer me impedía escucharlo con claridad, me parecía estar escuchándole cantar “Time alter time” de Cindy Lauper. Me empecé a reir a carcajadas. Era una canción que justamente no hubiese creído que se acercara lo más mínimo a sus gustos. Aún así, desde este lado yo también comencé a cantarla. Salí del baño con el pelo mojado para que la humedad del aire me la ondulara, y me dirigí a la cocina. Gonzalo estaba mirando por la ventana.
Me senté en la mesa a desayunar lo que me cupiese de todo lo que me había preparado. Tostadas, huevos revueltos con beicon, zumo de naranja, café, leche, y un plato de diversas frutas a rodajas.
-Si quieres otra cosa, en los armarios y en la nevera hay comida
-¿Qué vives siempre aquí?
-No, y si te preguntas por la comida- explicó- normalmente madrugo y voy a pasear por la playa, hoy he ido a comprar- Me sorprendió, mientras saboreaba el mejor café con leche que había probado nunca, todo lo que había hecho, que hubiese madrugado a pesar de todo lo sucedido anoche, y encima de haber estado conduciendo-Y encima- continuó- porque la señorita sea una holgazana y se levante a las doce de la mañana, no significa que todos podamos hacer lo mismo, El servicio tiene que tratar a los invitados como reyes.
-Me gustan mucho las fotografías. ¿Quién es él autor?
-Yo-pronunció nuevamente sorprendiéndome.
Una ligera sonrisa se dibujó en mi rostro, y sentí que me estaba atrayendo mucho más de lo que pensaba, pero no podía ser debido a todo el caos en el que se había convertido mi vida en estas últimas semanas. Tenía claro que no podía involucrarme en una relación, primero debía ponerla en orden nuevamente, pero ¿Y si era él la persona que me proporcionaría ese orden?
Pasaron varios días, y desde aquel día en Guissona no salía sola a la calle, apenas dormía si Gonzalo no estaba a mi lado, la puerta tenía que estar abierta, y la luz encendida. Tenía miedo a todo el mundo, era una constante tensión, un tener que estar mirando con cada paso hacía atrás para asegurarme que no me perseguía nadie, un sinvivir en un estado neurótico.
Un día amanecí maniatada en una cama y con una cinta adhesiva en la boca. A pesar de tener los sentidos aturdidos por el efecto de alguna droga, observé que me encontraba en una vieja nave sucia y abandonada. Enfrente había una cámara fotográfica, y tras ella, había un hombre. Era Gonzalo. Me aterroricé al vivir semejante pesadilla, pero lo hice aún más al descubrir que todo era real. Gonzalo presionaba el botón y sacaba instantáneas de mí. El sol comenzaba a traspasar por las grietas de los vidrios rotos. Era consciente de que debía estar en un lugar lo suficientemente alejado como para que no hubiese nadie que pudiese socorrerme. En un gesto seco, con una violencia insólita en él, me arrancó la cinta adhesiva de la boca
-¿Qué estás haciendo Gonzalo?- pude decir, temblorosa. No respondió, se limitó a mirarme con furia, y a quitarme las cuerdas que me aprisionaban las muñecas contra el cabezal de hierro. Algo había pasado. Me agarró de la ropa y sin apenas esfuerzos me elevó por el aire, haciéndome revivir la misma sensación que el día de la fuente.
-Como veo que todo el mundo se aprovecha de ti y tú no haces nada al respecto, yo no voy a ser menos-gritó, me tiró contra la cama, y comenzó a quitarse la camiseta- Reconócelo, eres una buscona, te encanta provocar….- Se abalanzó sobre mi y se desabrochó el pantalón, el miedo una vez más me bloqueaba, no podía creer lo que me estaba sucediendo otra vez, pero lo que menos podía creer era que otra vez era incapaz de reaccionar. Continuaba tirada entre las sabanas, dejándome besar y tocar donde se le antojaba, y yo no podía hacer nada más que llorar y recriminarme el haber confiado en él.
-Esto es lo que quieres ¿verdad?- susurró mientras me mordía la oreja- Todas sois iguales, vais de mosquitas muertas pero esto os gusta. Os pone cachondas ¿verdad? Quiero que me digas que te encanta, que lo vamos a pasar bien. Venga dilo.- decía mientras paseaba su húmeda, áspera y repulsiva lengua por mi cuello.
-Déjame- conseguí musitar un sonido insignificante, apenas perceptible
-¿Has dicho algo?-preguntó, el miedo volvió a acallar mis respuestas –Ya veo que no, continuemos entonces- arrancó mi ropa y la hizo pedazos. Se bajó el pantalón y abrió un preservativo- Soy joven para sorpresas-ironizó
-¡Que me dejes!-Grité cuando noté su fría mano descendiendo hasta el interior de mis ingles.
-¡Anda!, si habla- ironizó- ¿Y si no lo hago que vas hacer?
-Suéltame hijo de puta- una chispa de odio se prendió en mi interior, poco a poco iba naciendo una llama.
-¿Qué vas a pegarme? Venga pégame- pronunció mientras se levantaba y ponía a tiro su rostro.
-No voy a pegarte Gonzalo-contesté incorporándome- estoy segura que tu no quieres hacer esto
-Bueno-murmuró- entonces volvamos a las andadas- sonrió y me agarró firmemente de la cintura.
-Te he dicho que no me toques- lancé un alarido mientras le lanzaba un puñetazo que esquivó sin dificultad.
-¡Pegas como una chica!
-Cabrón, soy una chica
-Una pequeña, llorona e indefensa chica- contestó provocando que esa llama de odio calentará cada recóndito lugar de mi cuerpo y alimentara algo desconocido, y que volviera a lanzar un puñetazo mucho más potente que el anterior que chocó contra su antebrazo izquierdo- Eso es Esther, parece que no eres tan solo un cuerpo inerte en el que se puede hacer todo lo que se quiera. Pégame Esther, alimenta tu odio, aliméntalo de lo que te hace daño- gritó y comencé a soltar puñetazos y patadas mientras el los detenía como si nada. No sabía como inflingirle daño- Pobre niñita-continuó- que se refugia en casa, acuclillada en una esquina, llorando ante el mínimo problema que le ocasionan- yo continuaba lanzándole golpes inútiles- que le han estado apunto de violar porque ha sido incapaz de defenderse- lo miré con odio, y comencé a recordar…comencé a alimentar mi odio…
… Mis padres. Siempre se despreocuparon de mí, nunca les importé
…Daniel. Lo había ayudado y aún después de todo no sabía si podía confiar en él, todo a su alrededor estaba envuelto en la oscuridad
…Iker. Todo es caótico a su lado, todo son problemas, todo es demasiado complicado- Mis golpes emergían ahora con más fuerza. Gonzalo se limitaba a defenderse
…Aquel que casi me viola…él si que hizo sacar todo el odio acumulado en mi interior y que uno de aquellos puñetazos finalmente le diera de lleno en la boca. Gonzalo se tocaba la herida sorprendido
Nunca tuve la fuerza suficiente para afrontar los problemas, los miedos me bloqueaban. Entonces el espejismo se rompió cuando abrí el tapón que encerraba mi furia interior. Ante mí solo había la realidad. Gonzalo tenía una pantalón de chándal debajo del pantalón vaquero, En su cara se reflejaba la satisfacción de haber conseguido hacerme despertar, pero también la culpabilidad de haber tenido que llegar hasta ese punto tan lejano para conseguirlo. Me derrumbé. Lo abracé, apoyé mi cabeza en su pecho y me puse a llorar. Comenzó a mecerme al igual que lo hizo aquella noche, pero esta vez era diferente, no era miedo lo que me invadía, solamente el decaimiento de toda aquella acumulación de energía. Entendí que todo lo había hecho para ayudarme.
Los días pasaban, y una firme amistad se fue creando entre nosotros. Comencé a reorganizar mi vida. Aprendí a no tener miedos y a no silenciar mis sentimientos por temor.
La noche anterior a mi vuelta a Barcelona, Gonzalo me preparó un cena en la playa, y esa misma noche me besó. Fue un beso inocente, de amigos, y gracias a ese beso descubrí que había olvidado a Iker, y por lo tanto estaba preparada para volver a casa. Gonzalo al cabo de dos días se marchaba una temporada a casa de sus abuelos en Málaga.
Cogimos el coche y me dejó en Barcelona, intercambiamos números de teléfono, besos y la promesa de volver a vernos con el tiempo.
FINAL CAPÍTULO 6