Ewan me acercó a casa, pero me di cuenta de que lo que quería en ese momento era ir a ver a Iker. Cogí el objeto que emergió de su mano y la carta que escribió en el hospital cuando se encontraba en aquel extraño estado. Cogí el coche, que aparqué cerca del portal de la casa de sus padres, en Gavá, y llamé al timbre. No contestó nadie. Me senté en una banco cercano a esperar, podía haber esperado en el coche, desde allí avistaba el portal, no tendría frío y estaría más segura, pero había un inconveniente, y era que si esperaba allí me dormiría, y necesitaba hablar con él. Ese frío nocturno, a pesar de estar en pleno verano, me mantendría despierta.
Encontrar el amor, todo el mundo sueña con hacerlo, sentir el sentimiento por excelencia que te golpea, te encierra y te tortura, pero que a su vez te lleva en volandas a un cielo inmenso y desconocido donde volar en esa felicidad crea nuevas realidades paralelas. Tarde o temprano llegará…
¿Serás capaz de subirte a ese tren que pocas veces llega a tu estación? ¿O te asustarás y bloquearás las puertas de tu corazón? Y una vez lo tengas… ¿Serás capaz de mantenerlo y avivarlo para siempre? ¿O te acomodarás para lenta y dolorosamente matarlo? ¿Conseguirás soportar sin caer en la locura la inmensidad del amor? ¿O tendrás vértigo en ese cielo y cortarás tus alas? ¿Aceptarás la decisión? ¿O te arrepentirás de esta?
Las palabras venían a mi cabeza mientras imaginaba primero el futuro que pude haber tenido con Iker, lo reconozco seguía enamorada de él, y después pensaba en como le iba a explicar mi marcha durante todo este tiempo. Antes las razones me parecían de peso debido a la poca claridad psicológica que en aquellos momentos evidenciaba, pero ahora ¿Cómo se lo explicaría? Y lo más importante ¿Cómo reaccionaría?
Un grupo de jóvenes bastante ebrios interrumpieron mis sentimientos, y aunque al pasar por mi lado soltaron algunas obscenidades e insultos no les di importancia por su estado. Más allá de aquello, no hubo ningún sobresalto en toda la noche.
Con la llegada de la luz del día me levanté del banco rompiendo la posición con la que había permanecido toda la noche, y aunque sabía que Iker no había pasado por allí, para asegurarme volví a llamar a su casa. Como esperaba nadie respondió y volví a sentarme en el banco. Ahora lo que la noche ocultaba, la luz del día lo mostraba en todas sus plenitudes y detalles. Las miradas de las vecinas, asomadas en las ventanas y balcones aumentaban. Algunas miraban con lástima, igual que con las que se mira a quién le han roto el corazón o no tiene un lugar donde ir, otras en cambio, eran severas, altivas y condenatorias y me hacían sentir como a una drogadicta o una prostituta. No me levanté del lugar, ni siquiera para comprar algo para llevarme a la boca, como tampoco levanté la mirada cuando una mujer me trajo un plato de comida caliente que rechacé. No tenía apetito.
Las horas pasaban lentamente, y en el cielo había trazos de naranjas, rojos, rosados y violáceos, hasta que el negro de la oscuridad, una vez más, acabó tragándose aquella paleta de colores. Esa noche parecía que iba a ser igual de tranquila que la anterior, pero la monotonía se desquebrajó cuando dos hombres de avanzada edad aparecieron con una cogorza que les dificultaba mantenerse en pie. Acto seguido, al verme, se acercaron y comenzaron a insinuarse, y aunque los ignoré, continuaron con aquel grotesco espectáculo, incluso terminaron bajándose los pantalones mostrándome en plenas facultades sus miembros viriles. Continué con la mirada gacha mostrando indiferencia ante lo que acontecía a una distancia prudencial de mí. Todo cambió en el momento en el que tuvieron la osadía de levantar ligeramente mi vestido. Una fuerza oscura e insólita, proveniente del ese lado del alma donde se deposita toda la inmundicia humana, se alimentaba de alguna fuente de odio que todavía no había sido absorbida. Mi ira también aumentaba insaciablemente tal y como me enseñó Gonzalo todas aquellas tardes noches en las que me situó delante del sacó de boxeo. En un momento estaba sosteniéndome de no entrar en erupción, y al siguiente estaba con una mano agarrándole y retorciéndole los genitales a uno, y con la otra lanzándole un puñetazo en la nariz del otro, provocándole una salida masiva de sangre. Los gritos ahogados de dolor lograban sacudir al aire. Las luces de algunas ventanas se encendieron. Aquel hombre colocó sus manos en la nariz y salió corriendo haciendo eses y trastabillándose en un par de ocasiones antes de desaparecer de mi vista. Me volví y miré al sujeto propietario de los testículos que estaba retorciendo en mis manos. Estaba medio arrodillado, y el color de su cara había permutado a uno cercano al morado. Me pidió perdón, incluso suplicó que lo dejara estar. Conseguí controlarme y lo solté, pero no lo suficiente para evitar propinarle una patada en su trasero cuando salía corriendo e intentaba subirse los pantalones que llevaba caídos hasta los tobillos.
Me volví a sentar en el banco, me costaba respirar. Las ventanas de los edificios, poco a poco, volvían a quedarse a oscuras. Cuando menos me di cuenta ya estaba sumergida de nuevo en mis pensamientos, en aquellos que exploraban lo más profundo de mí interior, aunque sabía que había una amplia zona donde desterraba lo oscuro que o no podía o no me atrevía a visitar.
Comencé a sentir unos pasos amplificados por el absoluto silencio que mostraban aquellas calles al borde del alba. Pensé que podían ser aquellos dos individuos que me habían molestado antes, incluso pensé que podían haber llamado a otras personas. Aquellos pasos volvieron la esquina, se dirigían a mí, así que levanté tímidamente la cabeza. Era él. Le sorprendió verme allí. Rápidamente me levanté del banco y fui en busca del contacto de su cuerpo con un abrazo que por fin si ocurrió. No me atreví a preguntarle donde había estado.
Me invitó a su casa, estaba preocupado por mí y por mi aspecto ojeroso, delgado y áspero. Me cambié de ropa poniéndome una camiseta y unos pantalones de Iker. De ellos se desprendía un olor que hacía mucho tiempo que no percibía, era su olor característico, aún así volvieron a embaucarme, a estremecerme, y a hacerme desear percibirlo cada mañana durante el resto de mi vida.
Me dió de comer mientras me observaba detenidamente sentado encima de la encimera, con un botellín de cerveza en una mano y un cigarro en la otra, e iba lanzado algunas de sus habituales bromas. Sentí como si esa noche fuera la que debió venir después del beso. Éramos los mismos protagonistas, aunque el tiempo y el espacio que ocupábamos, las inquietudes, las palabras, el estancamiento de lo que ahora sentimos o lo que llegamos a sentir en ese momento y esta incomoda situación no deberían estar.
Subimos a la habitación y nos sentamos en su cama el uno frente al otro. La conversación presumía ser larga.
-¿Qué pasó?- preguntó con bastante interés.
Esperé varios segundos, inmóvil, observándole sin decir nada. Me levanté de la cama, cogí mi diminuto bolso y lo abrí. De este saqué un sobre blanco y lo tiré encima de la cama.
-Ábrelo.
-¿Qué es esto, Esther-preguntó- no entiendo que tiene que ver esto con mi pregunta.
La conversación se estaba poniendo interesante, pero ambos estábamos agotados y nos dormimos.
Encontrar el amor, todo el mundo sueña con hacerlo, sentir el sentimiento por excelencia que te golpea, te encierra y te tortura, pero que a su vez te lleva en volandas a un cielo inmenso y desconocido donde volar en esa felicidad crea nuevas realidades paralelas. Tarde o temprano llegará…
¿Serás capaz de subirte a ese tren que pocas veces llega a tu estación? ¿O te asustarás y bloquearás las puertas de tu corazón? Y una vez lo tengas… ¿Serás capaz de mantenerlo y avivarlo para siempre? ¿O te acomodarás para lenta y dolorosamente matarlo? ¿Conseguirás soportar sin caer en la locura la inmensidad del amor? ¿O tendrás vértigo en ese cielo y cortarás tus alas? ¿Aceptarás la decisión? ¿O te arrepentirás de esta?
Las palabras venían a mi cabeza mientras imaginaba primero el futuro que pude haber tenido con Iker, lo reconozco seguía enamorada de él, y después pensaba en como le iba a explicar mi marcha durante todo este tiempo. Antes las razones me parecían de peso debido a la poca claridad psicológica que en aquellos momentos evidenciaba, pero ahora ¿Cómo se lo explicaría? Y lo más importante ¿Cómo reaccionaría?
Un grupo de jóvenes bastante ebrios interrumpieron mis sentimientos, y aunque al pasar por mi lado soltaron algunas obscenidades e insultos no les di importancia por su estado. Más allá de aquello, no hubo ningún sobresalto en toda la noche.
Con la llegada de la luz del día me levanté del banco rompiendo la posición con la que había permanecido toda la noche, y aunque sabía que Iker no había pasado por allí, para asegurarme volví a llamar a su casa. Como esperaba nadie respondió y volví a sentarme en el banco. Ahora lo que la noche ocultaba, la luz del día lo mostraba en todas sus plenitudes y detalles. Las miradas de las vecinas, asomadas en las ventanas y balcones aumentaban. Algunas miraban con lástima, igual que con las que se mira a quién le han roto el corazón o no tiene un lugar donde ir, otras en cambio, eran severas, altivas y condenatorias y me hacían sentir como a una drogadicta o una prostituta. No me levanté del lugar, ni siquiera para comprar algo para llevarme a la boca, como tampoco levanté la mirada cuando una mujer me trajo un plato de comida caliente que rechacé. No tenía apetito.
Las horas pasaban lentamente, y en el cielo había trazos de naranjas, rojos, rosados y violáceos, hasta que el negro de la oscuridad, una vez más, acabó tragándose aquella paleta de colores. Esa noche parecía que iba a ser igual de tranquila que la anterior, pero la monotonía se desquebrajó cuando dos hombres de avanzada edad aparecieron con una cogorza que les dificultaba mantenerse en pie. Acto seguido, al verme, se acercaron y comenzaron a insinuarse, y aunque los ignoré, continuaron con aquel grotesco espectáculo, incluso terminaron bajándose los pantalones mostrándome en plenas facultades sus miembros viriles. Continué con la mirada gacha mostrando indiferencia ante lo que acontecía a una distancia prudencial de mí. Todo cambió en el momento en el que tuvieron la osadía de levantar ligeramente mi vestido. Una fuerza oscura e insólita, proveniente del ese lado del alma donde se deposita toda la inmundicia humana, se alimentaba de alguna fuente de odio que todavía no había sido absorbida. Mi ira también aumentaba insaciablemente tal y como me enseñó Gonzalo todas aquellas tardes noches en las que me situó delante del sacó de boxeo. En un momento estaba sosteniéndome de no entrar en erupción, y al siguiente estaba con una mano agarrándole y retorciéndole los genitales a uno, y con la otra lanzándole un puñetazo en la nariz del otro, provocándole una salida masiva de sangre. Los gritos ahogados de dolor lograban sacudir al aire. Las luces de algunas ventanas se encendieron. Aquel hombre colocó sus manos en la nariz y salió corriendo haciendo eses y trastabillándose en un par de ocasiones antes de desaparecer de mi vista. Me volví y miré al sujeto propietario de los testículos que estaba retorciendo en mis manos. Estaba medio arrodillado, y el color de su cara había permutado a uno cercano al morado. Me pidió perdón, incluso suplicó que lo dejara estar. Conseguí controlarme y lo solté, pero no lo suficiente para evitar propinarle una patada en su trasero cuando salía corriendo e intentaba subirse los pantalones que llevaba caídos hasta los tobillos.
Me volví a sentar en el banco, me costaba respirar. Las ventanas de los edificios, poco a poco, volvían a quedarse a oscuras. Cuando menos me di cuenta ya estaba sumergida de nuevo en mis pensamientos, en aquellos que exploraban lo más profundo de mí interior, aunque sabía que había una amplia zona donde desterraba lo oscuro que o no podía o no me atrevía a visitar.
Comencé a sentir unos pasos amplificados por el absoluto silencio que mostraban aquellas calles al borde del alba. Pensé que podían ser aquellos dos individuos que me habían molestado antes, incluso pensé que podían haber llamado a otras personas. Aquellos pasos volvieron la esquina, se dirigían a mí, así que levanté tímidamente la cabeza. Era él. Le sorprendió verme allí. Rápidamente me levanté del banco y fui en busca del contacto de su cuerpo con un abrazo que por fin si ocurrió. No me atreví a preguntarle donde había estado.
Me invitó a su casa, estaba preocupado por mí y por mi aspecto ojeroso, delgado y áspero. Me cambié de ropa poniéndome una camiseta y unos pantalones de Iker. De ellos se desprendía un olor que hacía mucho tiempo que no percibía, era su olor característico, aún así volvieron a embaucarme, a estremecerme, y a hacerme desear percibirlo cada mañana durante el resto de mi vida.
Me dió de comer mientras me observaba detenidamente sentado encima de la encimera, con un botellín de cerveza en una mano y un cigarro en la otra, e iba lanzado algunas de sus habituales bromas. Sentí como si esa noche fuera la que debió venir después del beso. Éramos los mismos protagonistas, aunque el tiempo y el espacio que ocupábamos, las inquietudes, las palabras, el estancamiento de lo que ahora sentimos o lo que llegamos a sentir en ese momento y esta incomoda situación no deberían estar.
Subimos a la habitación y nos sentamos en su cama el uno frente al otro. La conversación presumía ser larga.
-¿Qué pasó?- preguntó con bastante interés.
Esperé varios segundos, inmóvil, observándole sin decir nada. Me levanté de la cama, cogí mi diminuto bolso y lo abrí. De este saqué un sobre blanco y lo tiré encima de la cama.
-Ábrelo.
-¿Qué es esto, Esther-preguntó- no entiendo que tiene que ver esto con mi pregunta.
La conversación se estaba poniendo interesante, pero ambos estábamos agotados y nos dormimos.
CONTINUARÁ...