lunes, 19 de octubre de 2009

Plumas de fuego 6.3










Por fin estaba acabando ese día eterno. Llevé a Ewan al hospital y lo dejé en la puerta, no quería ver a Iker, cada vez me resultaba más complicado hacerlo. Volví a mi casa, me sentía tan solo carne y huesos, vacía, sin fuerzas…
Al llegar a casa descubrí que mis padres se habían ido, como creía no se habían preocupado de donde estaba y si estaba bien. Noté que cada vez me sentía más pequeña, más vulnerable, más perdida… Todo pesaba demasiado, cada vez mucho mas, y ahora mis hombros no parecían por la labor de sujetar tanto peso.
Me tumbé sobre la cama, tuve la sensación de que hacía una eternidad que no la utilizaba, que nos habíamos convertido en unas extrañas la una para la otra, pero rápidamente me amoldé nuevamente a ella y me dormí.
No sé como ni porqué, fui a revivir todo lo sucedido aquel día con Daniel, pero ahora todo era diferente, la perspectiva no era la misma en todas las imágenes que se devolvían en mi cabeza. En la realidad todo se arrastraba hasta el punto en que existía una conspiración contra Daniel, pero ahora el conspirado era conspirador, ahora las imágenes que circulaban exasperadas de un lado al otro me mostraban tal vez lo que mis ojos vieron pero mi corazón protegiéndome evitó. Veía como era él el que mataba y descuartizaba a aquellas personas, y como lo preparó todo minuciosamente a la perfección para que cuando fuéramos al piso nos detuviese la policía, él la había llamado, era un estratagema perfecta para hacernos creer a mi y sobretodo a la policía que él era inocente, yo era testigo de su coartada, pero había algo que no encajaba, los exámenes preliminares situaban el asesinato entre las veinte cuarenta y cinco y las diez de la noche. Llegué hasta momentos antes de que yo saliese de la comisaría. Las imágenes seguían sacudiéndose violentamente para mostrarme como fue Daniel el que me quitó la carta de Iker. También vi a aquel hombre, al supuesto padre de Daniel, estaba embadurnado en su propia sangre, tirado en la cuneta de alguna carretera secundaria desconocida para mí. Su rostro estaba despellejado, y se podía apreciar el hueso, al que estaban adheridos jirones de carne. Repentinamente se levantó, y comenzó a acercarse incesante, deseoso de violencia, con sed de venganza…Quería huir, salir corriendo de allí, pero mi cuerpo estaba paralizado. Me maldije por tener una pesadilla en la que no podía moverme. Lo curioso es que sabía que soñaba, pero aún así no dejaba de tener miedo, de temblar, incluso de llorar. A cada paso que daba, mi temor aumentaba, y con él las ganas de salir corriendo, de despertar, pero ninguna de las dos cosas ocurría.
-¿Al fina te has dado cuenta de que todo lo ha hecho él?- Me susurraba al oído con una voz mortuoria cuando terminó de acercarse. Varias gotas de sangre cayeron en mi cuello- No te fíes de él.
La melodía del móvil nuevamente me devolvió a la realidad, una realidad en la que ha pesar de lo que decía mi pesadilla, Daniel no era culpable de nada. Los rayos del sol traspasaban los cristales de la ventana. Salté de la cama con un ligero mareo que hizo el camino hasta mi bolso más costoso; lo abrí, y cogí el aparato. La pantalla parpadeaba y me informaba que la identidad del número que me llamaba era desconocida. Normalmente no contestaba a ese tipo de llamadas. ¿Y si era una vez más Daniel y le había pasado algo?
-¿Diga?
-¿Esther González?- dijo la voz de un hombre
-Si, soy yo- contesté rápidamente- ¿Quién pregunta por mí?
-Soy Sergio Esteve- me informó- el padre de Rodolfo- una biga inmensa de unas proporciones y de un tonelaje ilimitado calló en seco sobre mí. ¿Qué hacía aquel desgraciado llamándome a mi? Entonces temí lo peor, algo le había pasado a Daniel. Quería gritarle, insultarle, y si estuviese delante de mi, escupirle en la cara, incluso abofetearle.
-¿Qué quieres? ¿Y Daniel?
-No te puedes fiar de él- respondió repitiéndome lo que hacía un rato me había dicho su parte zombi en la pesadilla- A las diez de la noche en el hospital- y colgó antes de recibir mi negativa.
Caminaba de un lado al otro del pasillo, pisando una y otra vez las huellas imaginarias de las suelas de mis zapatos, estaba decidida a ir, pero no porque desconfiara de Daniel, si no porque necesitaba desenmascarar y finalizar esta ilógica trama en la que ahora, de una forma u otra, me habían incluido como personaje principal.
Las agujas del reloj señalaban varios segundos después de las diez. Me encontraba ya en la puerta del hospital cuando mi mundo volvió a acelerarse. Iker paseaba junto a su madre. Me amagué para que no me viera.
Una sombra minúscula que apareció al final de la calle, comenzó a crecer a medida que se acercaba a mí; tras ella, un hombre con gabardina que la reflectaba, sin duda era él. Me coloqué enfrente de la puerta por sí ocurría algo los usuarios del hospital lo viese.
-Hola Esther- dijo cuando llegó a mi altura, su rostro estaba lleno de moratones y magulladuras.- Encantado de volver a verte.
-¿Qué quieres?- pregunté con frialdad-¿Para que me has llamado?
-Bueno, si has venido es porque no te fías de Rodolfo- ironizó. Tenía la sensación que nos encontrábamos en medio de una batalla psicológica, de poder a poder, en la que él ya me había asestado el primer golpe.
-No tiene nada que ver, si he venido hasta aquí es porque tienes algo que no te pertenece.
-¿Esto?-preguntó mientras sacaba de uno de los bolsillos de la gabardina marrón un sobre, me lo entregó y lo abrí, era efectivamente la carta
-¿Para que querías una carta personal?- ya tenía en mis manos lo que quería, pero me atraía escuchar cual sería la tremenda patraña que me soltaría como excusa.
-Sinceramente- me miró fijamente a los ojos, con una mirada segura, fría, implacable…- ¿Para que quería yo una cosa así?- esperó varios segundos mi respuesta.- Exacto, para nada- se contestó así mismo- por eso mismo yo no la cogí.- No me sorprendió la respuesta, era justo la que esperaba, aún así le hice un ademán con la mirada para que me explicara- Ayer cuando llegué al hospital el doctor me comentó que no recordaba nada, y entonces vi un atisbo de luz para una nueva oportunidad de ayudarlo, por eso quise llevármelo de aquí, para empezar de nuevo, pero al llegar al parking su personalidad cambió, y reconocí en él al Rodolfo que conocía, parecía que estaba poseído por el mismísimo diablo. Entró en cólera y comenzó a insultarme y a propinarme cuantiosas patadas y puñetazos por todo el cuerpo mientras me giraba una y otra vez “Hijo de la gran puta ¿Hasta que no acabe contigo no dejarás de meterte en mi camino jodiendo todos mis planes? Pues tendremos que comenzar ya”. Después de darme una paliza que me dejó semiinconsciente, me metió violentamente en los asientos traseros del coche y condució hasta Gavá, donde contactó con un camello que le proporcionó una pequeña caja con drogas. Sé su contenido porque lo miró extasiado. De un compartimento sacó las llaves, ni siquiera yo sabía que allí estaban hasta que las vi en sus manos, él utilizaba a menudo ese coche. Nos detuvimos en una gasolinera y me ordenó que cogiera el coche y me largara, al negarme, me abofeteó y me partió el labio. Hoy me llamó para que fuera a buscarlo a la comisaría o sería lo último que haría con vida, así que fui. Y sí, podía haberlo denunciado al llegar allí, pero sea como sea él sigue siendo mi hijo. Al llegar a la comisaría me estaba esperando con eso en la mano, y esta tarde me pidió que te la entregase, estaba conmigo cuando te llamé, incluso no dudaría en poner la mano en el fuego y no me quemaría, en que él está escondido en algún lugar cercano observándonos. Supongo que habrá visto algo en ti, e intenta por todos los medios acercarse más y más a ti. Al ver que tenía toda tu confianza al aparecer yo la vio peligrada, y ahora intenta por todos los métodos volver a ese punto, es lo que tienen los adictos, la cabeza cada vez les va peor.
-¿Y si eso fuera cierto, porque la robó y ahora me la entrega?- Todavía asimilaba su explicación, que a primera vista me pareció bastante convincente, pero seguía sin creérmela, y mientras el hablaba yo buscaba los hilos sueltos que no había tejido bien en esa mentira.
-Supongo que lo que leyó no le interesó
-¿Y las llaves de donde eran?-pregunté-¿Quiénes eran aquellas personas?
-Me sorprendió ver esas llaves en sus manos, hacía años que no las veía. Esas llaves abren la casa- se paró, y dio la impresión de que se estremecía todo su cuerpo- de lo tíos y las primas de Rodolfo.
Me quedé pensativa, y mientras me fijaba en su mirada me maldije por no haber caído en la cuenta de que cuando me llamó se presentó como Sergio Esteve.
-Esther por tu bien, aléjate de él, es un drogadicto y un asesino, y cuando se encapricha con algo o con alguien lo consigue como sea, hasta que le deja de interesar, no le conviene, o lo ha destrozado, entonces, directamente lo hace desaparecer.- susurró mirando hacia todas las direcciones- Yo ya me voy a ir, y tú deberías hacer lo mismo. Ten mucho cuidado

jueves, 15 de octubre de 2009

Pluma de fuego 6.2







-Hola, ¿Podría pasarme con la habitación 315?
-Un momento por favor
Una voz habló al otro lado del teléfono. No me resultaba familiar, tal vez se habían equivocado.
-¿Quién?
-Hola, ¿Está Ewan?
-Si, ahora se pone-resoplé, toda la tensión se escapó con ese soplido de aire
-¿Hola?- respondió Ewan con su inconfundible gravedad en la voz.
Le expliqué rápidamente lo sucedido, pero tras el monólogo ininterrumpido de una mujer con facilidad de palabra y velocidad vertiginosa de estas, tuve que volver a repetírselo todo de nuevo y con calma, pese a la clara irritación del agente. Me instó a que no me preocupara, enseguida vendría él para ayudarme.
Poco después de colgar, dos agentes irrumpieron en la sala en la que me encontraba. Una mujer morena, delgada, y con cara de pocos amigos que tenía un lápiz en el pelo para que se le sujetara el moño, y un hombre mayor, fofo, y calvo, que me echó una mirada fulminante y analítica de arriba abajo nada más entrar. Rápidamente el hombre se sentó en la otra butaca de piel, enfrente de mí, y sonrió irónicamente con una actitud petulante. Presupuse que había una rivalidad insana y una falta de compañerismo entre ambos aparentemente, pero también podía ser una estrategia evidente para utilizar la vía del poli bueno-poli malo. De todas maneras supe a primera vista que con quien tendría problemas sería con la mujer, me daba la sensación de que era todo un hueso.
-Señorita González-profirió el hombre-es usted sospechosa del crimen cometida a la familia Esteve, y pese a que no hemos hallado pruebas incriminatórias para mantenerla más tiempo en nuestras dependencias, usted se encontraba en la escena del crimen.
-Y hemos hablado con su compañero- espetó la mujer agresivamente- y nos ha confirmado que él es el artífice del asesinato, y que usted es cómplice. No intente engañarnos, lo sabemos todo- Una sonrisa cínica se instauró en la comisuras de mis labios- Ayer a las 21 horas- prosiguió la agente- en la vivienda de la familia Esteve, usted y su compañero cometieron este asesinato premeditadamente. Tenemos grabada su confesión ¿Tiene algo que añadir?
-Mire agente
-Inspectora, inspectora Suárez
-¿No se necesita en estos casos unos abogados?
-¿Para unos asesinos? Lo dudo- el compañero bufó- El abogado vendrá cuando a mi me venga en gana- Su voz se elevaba con cada sílaba, y con cada palabra lo hacía también su chulería, hasta que me crispé.
-Mira bonita- Ambos se quedaron pálidos ante mi valentía- Antes de nada, si necesito un abogado es para denunciarla, agente- quiso volver a añadir que era inspectora, pero yo me adelanté- o lo que sea. ¿Usted se piensa que soy tonta? Su compañero me dice que no hay pruebas incriminatórias contra mí y usted me viene con la milonga de la confesión, pero que conste que la entiendo, que mientras se culpe a alguien, aunque sea el primero que pase, a usted ya le sirve. Ha intentando usar una última carta añadiéndole esos grititos y esa chulería para amilanarme, pero no se ha dado cuenta que nunca ha tenido esa carta en la mano, porque si ustedes fueran unos competentes policías o detectives, o lo que diablo sean, hubieran averiguado fácilmente que nunca encontraran pruebas porque ambos ayer, a las nueve de la noche, nos encontrábamos en el Hospital de Barcelona.
-Cuidado, señorita- pronunció la inspectora Suárez- que la detengo por desacato-
-¿Y que hacían allí?-Murmuró el hombre
-Rodolfo- decidí dar el nombre por el que lo conocían en el Hospital- ha despertado está misma mañana de un coma que lo ha tenido postrado en una cama veintiún días.
-¿Rodolfo? El nos ha dicho que se llama Daniel- masculló entre dientes el agente
-No recuerda absolutamente nada, ni siquiera sabe como se llama.-Les conté la historia del supuesto padre, y ambos se miraron dubitativos
-De acuerdo, lo que usted ha contado es una coartada para él, pero no veo la conexión contigo-
-Justo el compañero de habitación de Daniel es mi novio.- ¿Había dicho novio? Me corté.
-Continúe- insistió la inspectora
-Pues eso, mi novio- volví a repetir- era compañero de habitación de Daniel, el también estuvo unos días en coma.
-Vale, eso lo podemos averiguar- comentó a la mujer a su subordinado- manda un par de agentes al hospital para confirmar estas coartadas y que Daniel, o Rodolfo, o como se llame, estaba en esa cama en ese momento, y de si Esther González se encontraba a esas horas en el lugar- miró al hombre que albergaba dudas sobre si esa labor comenzaba a ser innecesaria y estúpida- no tiene que ser difícil pues no era horario de visitas.
Me sentí revolcándome en el gozo por como había actuado. Era inocente, y eso nadie lo podía cambiar. Le había plantado cara a esa mujer.
Minutos después un agente irrumpió en aquella sala, se acercó a su superiora y le cuchicheó algo al oído mientras está, a su vez, me dirigía una maliciosa mirada.
-Has tenido suerte-balbuceó- tu explicación cuadra a la perfección con la que nos ha expuesto él, además hemos llamado al hospital y la información y nos han confirmado lo que nos has contado. Estáis libres- guardó silencio durante unos instantes, retraída y sofocada, y luego retomó la conversación-Perdone por las molestias que le hemos podido ocasionar- me dejó perpleja, la estaba percibiendo vulnerable, inerme… Pensaba que sería una mujer que optaría por evitar el tema, que huiría, antes que pedir disculpas- el agente Fernández-continuó- le acompañará a la salida y le devolverá todos sus objetos personales- me levanté de la silla, y me dirigí a la puerta.
-Investigaremos al supuesto padre del chico. Muchas gracias, tome mi tarjeta, y ante cualquier cosa me llama, y sobretodo tenga mucho cuidado, que la cosa no pinta muy bien.
-Gracias
Cogí todos mis objetos que se encontraban en una bandeja de plástico. Comencé a caminar, pero me detuve enseguida para corroborar que no faltase nada en el bolso, sobretodo los objetos de Iker. La carta no estaba.
Me volví para recriminarle al policía el hurto, y tras mi espalda escuché la voz de Ewan. Volví sobre mis pasos y allí estaba plantado en la puerta. Fui hasta allí para abrazarle y agradecerle que hubiese venido.
-¿Qué ha pasado?-curioseó
-Es largo de contar, cuando tenga un poco de tiempo te lo explicó. Por cierto, ¿Ya te han dado el alta?
-No-sonrió burlonamente- me he escapado
-¿Por qué lo has hecho?-le abronqué, pero por dentro me sentía agradecida, había abandonado el hospital para venirme a buscar. Esta increíble todo lo que estaba haciendo por mí- Esperamos a que salga Daniel, y de inmediato te llevo al hospital
-Disculpe, ¿es usted la señorita Esther González?- preguntó un agente que surgía desde detrás de una columna. Asentí- el joven que se encontraba con usted en la escena del crimen ha dejado esto para usted.
Salimos fuera de las dependencias policiales. Era un carta de Daniel, la abrí y comencé a leerla ansiosa, la letra era difícilmente legible

Querida Esther:
Te agradezco todo lo que has hecho por mí. Siempre me estas salvando, y siento que yo no paro de estar en problemas, y tú constantemente me sacas de ellos, es hora de que comience de nuevo a andar solo, a buscar mi camino, y sobretodo a reencontrarme con mi pasado. Ahora es hora de recompensarte.
Cuando salía me he cruzado con el hombre que dijo que era mi padre. Tenía en sus manos el texto que escribió Iker en la habitación. No sé como ha llegado a saberlo, ni que quiere de nosotros, pero seguro que nada bueno. Solo te pido que me dejes esto a mí, y no te inmiscuyas indagando sobre el asunto, puede ser muy peligroso. Déjame hacerlo por ti.
Afectuosamente, tu amigo de por vida
DANIEL







CONTINUARÁ...

miércoles, 14 de octubre de 2009

Plumas de fuego 6.1

CAPÍTULO 6.- Emboscada (3ª Parte)
Ocho “mossos d´Esquadra” nos apuntaban firmemente con sus pistolas desde las escaleras. Miré a Daniel, y este a su vez mantenía su mirada fija en mí. Estaba encajado, al igual como seguramente lo estaba yo.
-No vuelvo a repetirlo, las manos en la cabeza ¡Ya!- repitió uno de ellos. Enseguida y a la par, ambos nos sometimos a sus órdenes y pusimos ambos manos en la cabeza. Bajaron un par, mientras los otros no seguían apuntando, y nos empujaron con dureza contra la pared.
-Nosotros no hemos hecho nada- repetía una y otra vez mi voz en máxima potencia, mientras nos cogían de las muñecas y las llevaban hasta escasos centímetros por encima de la cintura para apretarlas con unas frías e incomodas esposas.
-Tienen derecho a guardar silencio, todo lo que digan puede ser utilizado en su contra en un posible juicio. Tienen derecho a un abogado, si no pueden permitírselo se les ofrecerá uno de oficio- pronunció uno de aquellos hombres uniformados con un tono potente y temido.
Nos requisaron todo lo que poseíamos, incluido las llaves del piso, y por un momento, solo por un momento, suspiré por haber tirado la caja. Uno de los policías cogió las llaves y entró en la casa. Al rato salió con la cara desencajada, y la mirada perdida, asintiendo, acaba de experimentar el mismo trauma que nosotros.
Bajamos las escaleras a trompicones, ya que iban tirando de nosotros por ella, y nos introdujeron con brusquedad a cada uno en un coche patrulla diferente. El vecindario se había echado a la calle, observaban y aplaudían a los policías mientras a nosotros no dedicaban palabras vejatorias.
Mientras nos dirigíamos hacía la comisaría uno de los agentes le decía al otro, que conducía, comentarios irónico e impertinentes en los que claramente me acusaba del homicidio
-Así que ¿no han hecho nada?-sonrío- encima tienen valor de decirlo aún habiéndolos pillado “in fraganti” en la escena del crimen. Gracias a la ayuda que nos ofrecen los vecinos y a la llamada anónima hemos encontrado a los culpables.
-No preconcibas tus ideas- susurré, el otro policía me lanzó una mirada de advertimiento por el retrovisor central
-¿Qué has dicho? Repítelo si tienes ovarios.
Estaba intentando provocarme para que dijese algo que luego podría ser perfectamente utilizado en mi contra, así que no emití ningún sonido a pesar que lo de la llamada anónima me intrigaba, y sabía que había sido un error enorme enfrentarme al agente y responderle, pero a veces me es difícil controlar mi naturaleza contestataria.
Posiblemente Daniel, en el otro coche estaría viviendo algo parecido, y sentía pena por él, por todo lo que estaba pasando.
Al llegar a comisaría, miré a través de la ventanilla, había una nube de periodistas. Me aconsejaron taparme la cabeza con una chaqueta, pero yo me negué en rotundo, no tenía nada que ocultar. Al salir del coche patrulla comencé a caminar con paso tranquilo, y una avalancha de flashes, micrófonos y preguntas se abalanzaron sobre mí. No escuché nada, con todo ese barullo era imposible. Agradecí no hacerlo.
Me metieron en un oscuro, frío y angosto calabozo, con la sola compañía de la soledad. Olía tímidamente a orín y a humedad. Ante aquella situación donde el tiempo permanecía para mí muerto, aunque supiera que seguía corriendo de la misma manera, decidí pensar, tenía demasiado tiempo para ello, y esos pensamientos se iban entrelazando entre sí. Debía analizar todo lo ocurrido desde aquel momento, como mi vida había cambiado desde aquel beso. Ahora todo era más excitante, más misterioso, pero sobretodo más peligroso. Me parecía estar en una película independiente donde la realidad no llegaba a tocar lo que estaba viviendo, era demasiado extremo. Entre ellos aparecían adjuntas fotografías sobre la escena repulsiva y violenta del piso de la calle Joan Maragall. Y esas fotografías en cambio, las veía verídicas, reales, y estaba teniendo más ímpetu en asimilarlos y aceptarlos.
-Por favor ¿La señorita Esther González?- gritaban desde el pasillo
-Si, aquí- saqué la mano por la reja para indicarle mi posición. El agente abrió la celda y nuevamente me esposó, está vez con las muñecas delante.
-Hágame el favor de acompañarme- ¿Es que tengo opción? pensé recriminarle, pero las cosas ya estaban lo suficientemente peliagudas para complicarlas mucho más.
-Esther ¿Estás bien?- la voz de Daniel surgió de uno de los calabozos, seguí andando hasta que logré ponerme paralelamente a la celda, me giré y asentí
-¿Y tú?- tenía la cara demacrada, y se le palpaba el nerviosismo.
-¡Oye! Que no podéis mantener ninguna conversación- gritó acelerado el agente tirando de mí.
-Si- gritó Daniel
Entramos en una sala vacía a excepción de una mesa grande de madera y de color marrón, y de dos sillas. En uno de los extremos de la mesa había un cajón, y encima de esta, un cenicero, una cajetilla de tabaco y un mechero, un teléfono fijo y un vaso de plástico lleno de agua. Me senté en una de las sillas, evidentemente en la menos cómoda, que era de plástico.
-Puede hacer una llamada, le recomiendo que sea a su abogado- pronunció el policía- ¿A quién llamaba ahora? No me había detenido a pensarlo. No tenía abogado, así que debía pensar en otra alternativa.
¿A mis padres? Acababan de llegar, pero nunca le importó realmente lo que hacía o dejaba de hacer, ahora no sería diferente.
¿A Iker? No, acababa de despertar y estaría débil para molestarlo, además estaría confuso por el beso, y haría preguntas que ni siquiera yo sabría contestarlas. Había mucho más que eso, un motivo de peso que me impedía acercarme a él y que intentaba superar, pero no podía. Estaba aquella mujer del sueño, todo lo que salió de su boca, y tenía miedo a lo que sentía, pero sobretodo tenía miedo a la intensidad de su amor.
¿A Carmen? Sería una vez más causarle molestias, pero no tenía opción, no quedaba nadie más, cogí el aparato y marqué el número de teléfono.
-El número al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos, inténtelo de nuevo más tarde- repetía una operadora con voz robotizada
Me puse nerviosa, ¿Ahora a quién llamaba? El agente me observaba detenidamente. Maldita sea, todo se me escapaba de las manos, y no había nada a lo que sujetarme, pero entonces en ese momento desesperado encontré aquello a lo que aferrarme, una última bala.
-Hospital de Barcelona ¿Dígame?
CONTINUARÁ...

viernes, 9 de octubre de 2009

Plumas de fuego 5.3

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Mientras iba desapareciendo por la puerta, se volvía y me sonreía, mi cabeza reproducía los acordes y la letra de la canción que estuvo cantando Iker mientras escribía un texto en un papel. Y lo supe, me reconocí huyendo, tenía miedo a todo. Increíblemente me sentía débil, amilanada, huidiza, solo quería correr.
Bajé al parking, cogí el coche y me fui a casa, hacía mucho tiempo que no la pisaba. Físicamente estaba agotada, psíquicamente muerta, y sentimentalmente dolida por lo que había escuchado en la boca de Iker.
Al llegar, me encontré con que mis padres habían regresado. Los vecinos, preocupados por todo ese tiempo sin aparecer, los llamaron.
No podía resistirlo más, no podía dar un nuevo paso sin tener la sensación de que me desvanecería contra el suelo, cada respiración me dolía, y los ojos me mostraban una realidad borrosa, el sueño me vencía, si es que no lo había hecho antes, y aún así conseguí darme una ducha y despejarme, e ir después a la cocina y pegarle un bocado a cualquier cosa comestible que encontrara en la nevera. Me dirigí hacia mi habitación y cerré la puerta con llave, algo que nunca había hecho con Iker, pero no quería que mis padres me sermonearan, no, ahora no. Me tumbé sobre la cama e intenté leer el texto que Iker había escrito, pero no pude más, los ojos se debilitaban, no podía sostener mis párpados que iban descendiendo hasta que finalmente claudiqué.
Un intenso y molestoso sonido me hizo despertar. El móvil vibraba dentro del bolso, lo saqué y respondí
-¿Diga?- pregunté sin recibir respuesta- ¿Si?—volví a decir unos segundos después
-¿Esther?- Una voz entrecortada y jadeante emergió desde el otro lado del teléfono
-Si, soy yo, ¿Quién eres?
-Soy Rodolfo, tenía razón
-¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?- me alteré
-¿Puedes venir a buscarme?
-Si, claro, dime donde estás
-Estoy en Gavá, en una gasolinera cerca de las vías del tren- Sonreí, curiosamente estaba en el pueblo de Iker, esto se enlazaba cada vez más.
-Enseguida voy. Escóndete hasta que yo llegue, por si vuelve a aparecer.
Me vestí con lo primero que encontré, una camiseta blanca de tirantes y unos pantalones vaqueros desgastados. Cogí el coche y me puso rumbo a Gavá.
Para ir a Gavá pasé por la autopista, y me di cuenta que debajo de aquel enorme puente por el que acaba de pasar estaban las vías del tren, era un opción. Di la vuelta en una rotonda a escasos metros, y en vez de volver a pasar por encima de ese puente por el que había venido, cogí un desvío que me llevó a la parte de abajo. Detuve el coche en la gasolinera, y miré hacia todos los lados. Detrás de una columna que estaba situada al fondo, donde se encontraba los dispositivos del aire, apareció Rodolfo con la cara llena de magulladuras. Miró hacia los dos lados, su cara era pavorosa y asustada, y echó a correr hacía mí, entró al coche y pegó un portazo.
-¡Corre!- lanzó un alarido que me puso los pelos de punta.
Reaccioné con rapideza pisando el acelerador mientras giraba el volante, dejando huellas del neumático sobre el pavimento. Entre los nervios y la tensión, no nos dijimos nada hasta que llegamos a Viladecans, un pueblo vecino. Entramos en una cafetería y nos sentamos en una mesa oculta tras un tabique, y por lo tanto la menos visible desde la puerta, ambos pedimos un café y empezamos a charlar:
-¿Qué ha pasado Rodolfo? No has tardado ni ocho horas en llamarme
-No me llames Rodolfo, ese no es mi nombre-suspiró- El no era mi padre- contestó con la cabeza agachada y avergonzado.
-¿Y quien es?- Como intuí, aquel hombre no me daba buena espina, y al parecer mis intuiciones caían en el centro de la diana-¿Qué es lo que ha pasado?-volví a preguntar
-Cuando salimos del hospital, nada más subir en el coche, me preguntó que era lo que me habías dicho, y le respondí que solo nos estábamos despidiendo, entonces descubrió que tenía tu número escrito en la mano y entró en erupción, parecía un animal, sus ojos eran fieros, tenía miedo de mirarlos, y sus gritos eran mas bien aullidos de un ser salvaje. Nada más llegar a Gavá detuvo el coche, se bajó de este, abrió mi puerta y violentamente me agarró y me tiró contra el suelo. Tenía una fuerza impensada, y comenzó a propinarme patadas y puñetazos por todo el cuerpo, pero sobre todo en la cabeza, yo me defendí lo que pude, y también le golpeé
-¿Pero porque? No entiendo que porque te haya descubierto un número de teléfono en la mano una persona entre en cólera.
-Yo tampoco, pero hay algo más. Me miró con desprecio cuando estaba en el suelo, y me dijo que yo no valía la pena, que era un despojo, que las personas por mucho que quieran no cambian. Se volvió a meter en el coche y me tiró esta pequeña caja y unas llaves y me dijo “No huyas de tu destino”.
-¿Qué contiene la caja?
-Unas jeringuillas, una ampolla con un líquido transparente y una goma- murmuró e hizo un gesto como si fuera a sacarla allí delante.
-¿La tiene aquí?-asintió-¡Estás loco!, ¿Por qué no lo has tirado?-le abronqué- ni se te ocurra sacar nada.
-Esther-sollozó mientras un charco de lágrimas se desprendían de sus ojos- yo no soy un drogadicto.
-Lo sé- acaricié su rostro para darle mi apoyo- bébete el café rápido que nos vamos- ese no era un tema que se pudiera hablar en aquel lugar repleto de gente.
Nos metimos en el coche y sacó la cajita, estaba todo el lote que él me había enumerado. Cogió de esta el juego de llaves, había dos, prisioneras de un llavero de plástico donde había una dirección

Paseo Joan Maragall nº 62 3º 1ª
C.P 08850 Gavá (Barcelona)


Comencé a conducir hasta que encontré un contenedor de basura, él lo entendió a la primera, descendió la ventanilla, levantó la tapa y se desprendió de aquella caja de madera. Continuamos nuestra ruta por Gavá en búsqueda del paseo, nos deparó un buen rato hacerlo, y cuando al fin lo encontramos nos tocaba buscar el número del bloque.
-Es esté-musitó, me dirigí hacía el. Me lanzó una mirada cómplice, sacó las llaves con la clara intención de ponerlas en el pomo de la puerta del portal, estaba ansioso por conocer lo que se ocultaba tras ella, yo también lo estaba; la primera no entró, quedaba la otra, que efectivamente abrió la puerta. Comenzamos a subir las escaleras, y como en todos los momentos tensos de mi vida, mi cuerpo se endureció, me costaba respirar, moverme o pestañear.
-Me llamo Daniel- dijo sonriendo desde cuatro escalones por encima de mí- ese nombre sí que me gusta.
-Pues entonces te llamaré Daniel- le dije devolviéndole la sonrisa y así evadiéndome por un momento de la tensión
Llegamos al rellano del tercer piso, sacó las llaves y suspiró, me miró y asentí. Introdujo la llave que no había entrado en la puerta del portal, y la puerta del piso se abrió.
A primera vista el piso era moderno, el pasillo tenía mueble de diseño, mucha luz y colores cálidos. Nos dirigimos hasta el final de este, allí debía estar el comedor.
¡No!- caí de rodillas al suelo. Daniel estaba pálido, sus ojos estaban dirigidos a la pared, pero realmente no miraba nada, la escena era demasiado atroz como para mirarla, estaba como ido.
Me noté las manos sudorosas, y ese mismo sudor frío empezó a recorrer mi cuerpo. Sentía la tensión baja, y los mareos y las arcadas no tardaron mucho tiempo en llegar. Hubo momentos en los que creí perder el conocimiento, pero Daniel lo percibió, y se agachó para ventilarme aire sacudiendo un periódico viejo que cogió de una mesilla
-Vámonos de aquí- pronunció Daniel ayudándome a que me incorporara, yo asentí, pero no pude evitar volver a mirar aquella escena.
El suelo del comedor estaba encharcado con litros y litros de sangre que emitían un olor despreciable. El techo y las paredes estaban repletos de pinceladas de aquella sangre, victimas colaterales del salvajismo que allí reinaba. En la habitación de matrimonio, situada justo enfrente de donde nos encontrábamos y que cuya puerta estaba abierta, se observaban varias formas de diferentes tamaños, agudicé la vista pero no conseguía averiguar de que se trataba. Como victima de un conjuro, comencé a caminar hacía la habitación, pisando el suelo encharcado, y aunque Daniel intentó detenerme no lo logró, finalmente me siguió. A cada paso que daba se aclaraban más todos los detalles, pero también se nublaban más mis ojos por las lágrimas. Muchísimos trozos humanos estaban dispersados por la habitación, pude visualizar varias piernas y brazos sobre las mesitas de noche, algunos pies y manos sobre la cómoda, pero lo que más me marcó, incluso diría que traumatizó, fue ver las cabezas de dos adultos, una de hombre y otra de mujer, y de dos niñas sobre la cama, perfectamente alineadas por tamaño. ¿Qué clase de persona era capaz de hacer tal obra tan macabra? pensé
Los indicios mostraban que se trataba de una familia, podía ver la imagen panorámica una y otra vez, estaba repitiéndose una y otra vez frente a mis retinas.
-Venga, marchémonos ya- dijo Daniel
Cerramos la puerta del piso, y al bajar la primera escalera escuché varios chasquidos, al parecer Daniel también los escuchó. Extrañados ambos nos volvimos al unísono.
-Las manos en la cabeza. Están detenidos por ser los presuntos autores del múltiple asesinato de la familia Esteve.
FINAL CAPÍTULO 5

miércoles, 7 de octubre de 2009

Plumas de fuego 5.2

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Me inquietaba inconmensurablemente que en todo ese tiempo no se hubiera dignado a aparecer, y aun así no tenía ni punto de comparación con que en el tiempo que había permanecido en la habitación no le había mirado ni una sola vez, ni siquiera había tenido un mínimo detalle de afecto. No le recrimino que no se haya echado encima de él efusivamente para darle un beso o un abrazo, pues es una relación en la que yo no podía entrar por falta de conocimiento, pero no comprendía esa frialdad y la arrogancia de sus gestos. Había algo oscuro en el asunto, incluso diría que podrido, era simple cuestión de olfato.
Rodolfo salió por la puerta. Minutos después, una enfermera vino a la habitación a recoger sus pertenencias, que se trataba simplemente de unos pantalones vaqueros magullados y una camiseta blanca echa jirones y manchada de sangre. Por lo prematuro del asunto entendí de inmediato que era idea de aquel hombre que quería sacar a Rodolfo inminentemente del lugar, seguramente ni tendría opción a volver a la habitación. Me hubiese gustado haber hablado con él, haberme despedido, incluso habernos dado los números de teléfonos para seguir conociéndonos fuera, lejos de aquellas frías paredes, haberle dado la ayuda que le ofrecí si la hubiese necesitado, pero se lo llevó tan rápido que lo torció todo.
Me senté en el sofá y cogí la mano de Iker. Carmen sin decir palabra, regresaba a la normalidad del día a día, y volvía a limpiar y a dejar la habitación igual de limpia como llevaba haciendo los últimos veintiún días.
Iker comenzó a convulsionar de un borde al otro de la cama mientras pronunciaba palabras de un idioma extranjero. Los párpados de Iker se fueron levantando paulatinamente, hasta que por fin llegó el momento esperado, y aunque su mirada estaba perdida, Iker había despertado.
-Ha despertado, Carmen, tu hijo ha despertado- grité y salté de júbilo.
Inconscientemente mi muñeca se elevó, y el reloj me mostró la hora, pero no me mostraron simplemente unos números, había mucho más detrás. Quizás hubo algo en mi interior que hizo que mi muñeca se elevara, quizás un presentimiento, pero de todas formas, ese acto me había demostrado que había algo muy por encima de nosotros. La enfermera nos había informado que Rodolfo había sufrido la pérdida de sentido aproximadamente una hora antes que Iker, ahora había descubierto que misteriosamente la había recuperado en el mismo espacio de tiempo. Exactamente habían pasado cincuenta y ocho minutos. ¿Coincidencia? Nunca creí en ellas. Sospechaba que había cierta conexión en ambos casos.
Aprovechando la confusión de Iker y del momento, abrí el cajón con sigilo y cogí el papel que había escrito con anterioridad, y lo metí en un sobre blanco con aquello que desprendió en la playa, y este a su vez en el bolso.
-Carmen voy a tomarme un café, que estoy agotadísima- susurré para que Iker no lo escuchara- Ahora vuelvo- asintió.
Salí corriendo, seguramente en esos momentos tenía miedo a todo, y quería escapar de lo que me atemorizaba. Iker ya había despertado, y aún resonaba en mi cabeza las palabras “Te Odio” como para darle la oportunidad de volverlas a repetir y terminarme de destrozar.
Continué corriendo por el pasillo hasta llegar al mostrador de las enfermeras
-Perdone ¿Me podría facilitar unos datos de un paciente de la habitación 226?- pregunté impaciente por la respuesta
-¿Es usted familiar del paciente?
-Si, claro
-¿Me puede facilitar el nombre y los apellidos del paciente?
-Rodolfo Fernández- contesté tirándome un farol que incluso yo misma sabía que nadie se iba a tragar, pero tenía una intuición femenina, y tenía la sensación que la jugada llegaría a buen puerto.
-No nos consta que haya ningún paciente en esa habitación ni en el hospital con los datos que me ha facilitado- pronunció mientras me enviaba una mirada acusatoria que me juzgaba y me mandaba directamente a la cárcel por intentar obtener datos privados.-Vaya- interrumpió el juicio con su mirada al bajarla a la pantalla- parece ser que el paciente de la 226 si se llama Rodolfo, pero no disponemos de más datos sobre él, por eso el ordenador con esos datos no podía recercar, ya que los creía erróneos-suspiró-¡Que extraño!- y comenzó a teclear varias combinaciones.- Su padre nos informó de que no lo visitaría, y bajo ningún concepto podríamos permitir que nadie lo hiciera. También nos ordenó que lo llamáramos cuando despertara.
Había conseguido darle cuerda a la enfermera, pero comencé a pensar que había alfo que no me había contado. Seguí apretando:
-Después de venir durante tres semanas cada día, y él sin dignarse a visitar a su propio hijo, como fue tan cabrón de pediros que lo llamarais a él cuando lo he cuidado yo, ¿Qué quiere aparentar que es un buen padre?
Ambas teníamos una facilidad y un ritmo de conversación endiablado. Después de una extensa conversación, y de contarle a la enfermera una invención sobre los asuntos espinosos de la relación de su padre con Rodolfo y conmigo, esta confirmó mis vacilaciones
-Hace dos días que apareció y demostró facilitando varios datos que Rodolfo era su hijo.
-Muchas gracias-respondí para finalizar e hice el amago de echar a correr, pero debido a la rareza de que no lo hubieran comprobado con documento, la impresión de que había una mano negra detrás y de que alguien tenía algo que ocultar me detuvieron en seco.
-Por cierto- pronunció la enfermera- sé perfectamente que tú vienes a visitar a Iker Martín, pero como tu historia ha sido tan buena, y como aquí hay algo extrañísimo, te lo he contado, pero guárdame el secreto.
-Descuida- sonreí, y eché a correr, quizás ya fuera tarde.
Esperar el ascensor hubiese sido una pérdida de tiempo, algo de lo que carecía, así que bajé las escaleras saltando los peldaños de tres en tres. Comencé a buscar por todo el hospital, planta por planta, hasta que lo vi en la puerta de la salida junto a aquel hombre.
-Rodolfo-grité en varias ocasiones, llamando la atención de todo el que estaba a mí alrededor, y haciendo caso omiso de los comentarios de todos esos usuarios que me pedían por activa y pasiva mi silencio. Este se giró al igual que su padre. Las caras de ambos eran asimétricas, mientras una expresaba ira, y a la vez indiferencia, la otra mostraba alegría y brillantez. Hizo un movimiento explosivo para venir corriendo hacia mí, pero su padre lo evitó sujetándolo firmemente, incluso me atrevería a decir violentamente, del hombre, esté se giró y se lo quitó de encima con la misma brusquedad, y siguió su camino hacia mí. Aquel hombre se había convertido en su sombra, y seguía al detalle sus movimientos, incluso tuvo la intención de seguirlo, pero Rodolfo lo detuvo de inmediato.
-Ya creía que no iba a poder despedirme de ti- pronunció- no creo que a ese hombre le guste esperar, así que no creo que me quede mucho tiempo.
Me abalancé sobre él, y aunque se tambaleó un poco y estuvimos apunto de perder el equilibrio, consiguió abrazarme con fuerza y mantenerse en pie
-¡Vaya! Y yo que pensaba que era imposible coger cariño a una persona tan rápidamente-
-Escúchame bien- le susurré al oído mientras le escribía en la palma de su mano mi número de móvil, aprovechando que el efusivo abrazo estaba logrando despistar la atenta mirada de aquel individuo- No confíes en él, créeme, me da mala espina, y por nada del mundo te puede ver la mano- asintió- Cuando puedas me llamas y voy allá donde estés. Ten mucho cuidado.



Continuará...

jueves, 1 de octubre de 2009

Plumas de fuego 5.1

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Capítulo 5.- Ha despertado, amanece (2ª parte)

Mi cuerpo entero estaba a la merced de un impulso, poseído por el miedo. Después de un par de minutos, Iker, si realmente era él, dejó de cantar y de escribir, e inmediatamente su cara perdió todo el color, y perdió el equilibrio cayendo de bruces contra el suelo. Esta vez el temor no me paralizó, es más, me dio fuerzas para levantarme, y lo aupé como pude agarrándole por las axilas, y pese al tremendo esfuerzo que tuve que hacer para tirar de aquel peso muerto, logré llevarlo hasta el reposapiés.
-Te odio- gritó mirándome directamente a los ojos con sus ojos en blanco, despertándome de un puñetazo en el estómago de los sueños- no te acerques a mí Esther, lo único que haces es dañarme. No eres persona para mí-concluyó
Agonicé de nuevo cayendo de rodillas a una condena cruel, trágica y disfuncional.
Comprobé con suaves bofetadas que había vuelto a la inconsciencia.
¿Había dicho todo esto?- pensé en voz alta, ¿o tal vez había distorsionado la realidad? Intenté arrastrarlo un poco más, era lo importante ahora, ya tendría tiempo para analizar la situación, pero estaba agotada y solo llegué hasta la mitad, ni pensar en alzarlo al colchón. Opté por coger el papel que había escrito cuando actuaba en él ese alter ego, y lo guardé a buen resguardo en uno de los cajones, entre los papeles del seguro médico.
Si llamaba a las enfermeras, pensé, me harían demasiadas preguntas cuyas respuestas yo también esperaba obtener. Dirigí la mirada hacía Daniel, seguía dormido, así que opté por la única alternativa que me quedaba, pedir ayuda a Ewan. Lo desperté bruscamente, y le tapé la boca para que no pudiera emitir ningún ruido.
-¿Qué pasa Esther?-pronunció adormilado.
-Ewan, me tienes que ayudar-murmuré- Iker se ha caído de la cama
-¿Qué se ha caído?, ¿Y como se ha caído?-esperó una respuesta, pero al mirarme supo que no la iba a obtener- Venga vamos.
Esté se levantó con sigilo, y con esa misma cautela nos dirigimos hasta la habitación 226, sin descuidar en ningún momento que las enfermeras, o demás trabajadores del turno nocturno del hospital, andarían y desandarían el pasillo de un momento al otro. Cogimos el cuerpo cada vez más escuálido de Iker por las extremidades, yo por las piernas y el por las manos, y conseguimos subirlo hasta su cama.
-Muchas gracias Ewan- murmuré
-No hay de qué- masculló- pero ten más cuidado la próxima vez.
-Descuida, seré más precavida.
Ewan volvió a su habitación. Apagué las luces y me tumbé una vez más al lado de Iker, volviendo a recorrer con mis dedos la superficie de su cuerpo- Tranquilo, todo saldrá bien, estoy aquí, no me iré de tu lado- susurraba mientras le besaba, hasta que un ligero carraspeo, y poco después, una dulce voz quebró por completo la nocturnidad:
-¿Qué ha sido eso?-me asusté, estaba aturdida, perpleja, desorientada, era un diccionario de emociones dudosas. Aquella voz procedía del interior de la habitación. Encendí rápidamente las luces de esta, pero no había nadie más, aún así, observé cada rincón de la habitación, finalmente caí en la cuenta de que unos ojos grandes de color miel me estaban observando desde la otra cama de la habitación. Daniel había despertado, y por tanto, desde ese momento dejó de llamarse así. Fui corriendo hasta su cama, me abalancé sobre él y lo abracé.
-Me estás espachurrando- pronuncio sonrojado, ya por lo incómodo de la situación como por la falta de aire.
-¡Huy! Lo siento- sonreí avergonzada- es que me echo mucha ilusión que hayas despertado. Espera un segundo, iré a buscar a una enfermera.
-No, espera, por favor. Quiero hacerte unas preguntas-
-No soy la indicada para contestarlas. Perdona, pero es que no te conozco, y solo sé que llevas postrado en esa cama inconsciente desde hace- miré el reloj- veintiún días, y no ha venido nadie a verte desde entonces- sus ojos perdieron el brillo, como si algo le preocupara en exceso- Yo te he llamado Daniel, espero que te guste- reí a carcajadas ante la frivolidad-¿En realidad como te llamas?
-Pues sinceramente, no lo sé- contestó mientras olisqueaba los lirios que esa misma mañana, como casi todas, había traído Carmen.
-Tranquilo, no te obsesiones- pero egoístamente pensé en si cuando Iker despertara no se acordaría ni siquiera de su nombre, me aterré- con el tiempo- retomé la conversación-y poco a poco, recobrarás la memoria. Si quieres yo te ayudo a conseguirlo
-Una cosa- pensó durante unos segundos- ¿Qué le ha ocurrido al chico de la cama de al lado?- preguntó con unas claras ansias de respuesta- Es lo único que recuerdo, y su nombre, Iker, ¿No es así?
En aquellos momento no deparé en mirarme la cara en un espejo, seguramente la tendría pálida, la boca desencajada a sus máximos, y los ojos fuera de sus órbitas. ¡Desde entonces llevaba despierto!-me dije, pero ¿Cómo le explicaba yo lo que había sucedido si ni siquiera me lo explicaba yo?
-Si se llama Iker, pero aquí no ha pasado nada-improvisé- tienes que haberlo soñado- su cara se relajó.
-Si, es lo más posible- contestó quitándome ese enorme peso que hacía escaso periodo de tiempo me había echado sobre la espalda.
-Voy a llamar a la enfermera- asintió con la cabeza.

Cuando volví con la enfermera, esta le miró las pupilas con una linterna, y comprobó y anotó los datos que mostraban las máquinas.
-Todo está normal- sonrió- aún así voy a llamar al doctor para que venga de inmediato y mire a que se debe la falta de memoria
-De acuerdo- pronunció
-También llamaré a tus familiares.
En el lugar comenzó a reinar el más profundo e inquietante silencio. El muchacho estaba rumiando algo, y solo su voz destrozó la incesante monotonía.
-¿Mis familiares?- negó con la cabeza. Claro que tenía gana de ver a sus familiares, y aún más por comenzar a trabajar en la recuperación de su memoria, pero aún así era desquiciante asimilar que nadie se había preocupado por su estado.
-Tranquilo, se lo que piensas, pero no te preocupes, yo estoy aquí- recordé que más o menos eran las mismas palabras que le susurré a Iker.
Antes no me había detenido en contemplarle, pero ahora tenía la ocasión. Era de una belleza arrolladora, delgado, y tan alto o más que Iker. Tenía el cabello ondulado y negro como el azabache, y unos ojos grandes cautivadores y expresivos, pero ahora su mirada andaba fundida, no residía en ella el brillo iluminante y esperanzador que vislumbraba cuando despertó de su letargo.
-¡Daniel!- gritó una mujer efusiva que se abalanzó sobre este, era Carmen. Cada día me asombraba más de la capacidad y la rapidez de movimiento de aquella mujer, y toda esa energía que desprendía desde primera hora de la mañana. Carmen ya había llegado, cada día lo hacía más pronto, y es que tenía chantajeado al guardia de seguridad a base de su apetitosa comida para que le dejara pasar antes de que arribase el horario de visitas. El chico me lanzó una mirada cargada de extrañeza, y yo a carcajadas le explicaba que era la madre de Iker, y que había sido ella mayoritariamente la que había cuidado de él. Este sonrió y pidió disculpas por las molestias que había causado, cosa que ninguna de las dos aceptamos pues lo habíamos echo de buena gana.
Segundos después la puerta se abrió, y tras ella aparecieron dos hombres, uno de ellos con una bata blanca, era el doctor, al otro hombre, que iba trajeado, no lo había visto nunca. En seguida disolvieron mis dudas, las de Carmen, y sobretodo las del interesado. Carmen y yo actuábamos como leonas protegiendo a nuestra cría. El doctor Espinosa nos explicó que ese hombre era el padre del chico, aunque al mirarlo bien nunca me hubiese atrevido a emparentarlos. Él era bajo, de ojos azules, y con una tez blanquecina, nada que ver con la morena piel de su hijo. Más allá de todo aquello, ese hombre no me daba buena espina. El doctor tenía que llevarse al muchacho para comenzar con las pruebas médicas, y sopesar si darle ya el alta médica.
-Disculpe señor-
-Dime- respondió de mala gana
-¿Cómo se llama su hijo?
-Rodolfo- pronunció, dejándome la sensación de que por un momento había dudado- Venga Rodolfo- se dirigió a él- vamos a que te hagan las pruebas pertinentes para que te den el alta, que este no es el lugar adecuado para que tú estés- concluyó saliendo por el umbral de la puerta, y echó a andar. Sus zapatos golpeaban fuertemente contra el suelo con cada una de sus pisadas, y se fueron debilitando a medida que avanzaba, hasta que finalmente desapareció por completo. Rodolfo accedió, y cabizbajo lanzaba continuas llamadas de auxilio.
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